8/7/13

Día 6

La enfermedad ha empeorado en muy poco tiempo de forma muy drástica. No recuerdas por qué estás haciendo este diario, solo recuerdas que tienes que continuarlo.
Tampoco recuerdas lo enfadada que estás conmigo, o quizá sí; pero me has pedido por favor que escriba por ti. Me estás dictando algunos recuerdos del día, pero no logras decirme una frase entera con sentido; así que permíteme escribir lo que ha ocurrido desde la última vez que escribiste. Procuraré ser lo más objetivo posible.

Tras la muerte del pequeño dragón, ni Khrona ni Drahke ni tú me habéis vuelto a mirar con agrado. No os culpo, las pruebas me señalaban a mí. Pero ese no es el caso.
Me diste un tiempo para irme, y pretendía cumplirlo. Pero algo ocurrió. Algo que nos hizo olvidar por un tiempo el “accidente”. Más dragones. Pero no uno o dos, no. Doce.
No estaban heridos; de hecho, estaban muy bien cuidados por sus doce jinetes. El que parecía el líder, montaba un dragón enorme y rojo con los ojos brillantes.
Al oírles llegar, salí de tu casa corriendo. El jinete del dragón rojo se paró a tu lado, y los otros once se posaron entre vosotros y yo, cortándome el paso; así que decidí mantenerme al margen.
Un buen rato después, se fueron. Los once jinetes no articularon palabra ni se bajaron de los dragones. No movieron ni un músculo hasta que el jinete que hablaba contigo dirigió a su dragón hacia las nubes. Entonces todos comenzaron a volar, como si de un ejército se tratase.
Tras eso, te acercaste a mí con cara de extrañeza y me hablaste con una amabilidad poco común (contando con que me querías echar), por lo que imaginé que sería algo grave. O eso, o ya empezó a agravarse tu enfermedad.

Me dijiste que eran jinetes del sur buscando a una niña perdida que llevaba un pájaro. Me resultó extraño que ordenaran a tantos jinetes buscar a una simple niña, sobretodo yendo todos juntos. Al parecer a ti también, así que fuiste a preguntar a Khrona si ella sabía algo al respecto.
A partir de entonces ocurrió todo muy deprisa. Una sombra atravesó el prado. Miré al cielo, y una silueta de dragón pasó por segunda vez, más veloz que el viento hasta tres veces.  Pero la cuarta vez pasó a menor altura y más despacio, justo delante de mí. Entonces pude ver la silueta de una persona sobre él.
El dragón pardo abrió sus fauces y pude ver cómo comenzaba a brillar el fondo de su garganta. Sabía lo que venía después, así que corrí hacia donde te encontrabas tú.
Escuché un rugido ahogado y comencé a notar el calor a mi espalda. No quería mirar atrás, no lo necesitaba. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo.
Salisteis los tres del granero y pudisteis verlo todo. Pude ver reflejado en vuestros ojos el miedo, la ira y la incredulidad.
Rauda, montaste sobre Drahke y le dirigiste al cielo. Volabais tan seguros, tan rápidos, tan unidos, que habría jurado verte en sus ojos y a él en los tuyos. 

Ibais tan veloces que el jinete no pareció percatarse de que volabais sobre él; o no le importó, porque no apartó su oscura mirada del desastre que estaban causando tanto él como su dragón.
Entonces, de una pasada, Drahke tiró al jinete al suelo dejándole sin conocimiento y comenzó a atacar al dragón.

Él dio un manotazo a Drahke y se alejó volando hacia el sur, dejando a su jinete en el suelo quemado.
Me intenté acercar corriendo al jinete, pero Drahke y tú aterrizasteis entre nosotros, cortándome el paso.
Bajaste, y fue entonces cuando pude verte bien. Tu ojo izquierdo no era normal. Era el ojo de un reptil. El ojo de Drahke. La mitad izquierda de tu cara comenzaba a tener el aspecto del hocico de un dragón.
Con paso firme, caminaste hacia el jinete caído. Te arrodillaste y comenzaste a abofetearle hasta que se despertó.  Al hacerlo, se incorporó de golpe sujetando una daga en su mano en posición de ataque.
Ante eso, Drahke soltó un rugido ensordecedor que retumbó en cada montaña. Esto hizo que el jinete soltara la daga, temblando. Tú te acercaste de nuevo a él y le agarraste fuertemente del brazo.

“Por qué.”
Tu voz sonaba temblorosa, pero dolía como si cortases la piel a quien la escuchase.
“Por qué aquí. Por qué a mí. Mi hogar.”
El jinete esbozó una sonrisa.
“Te estás muriendo. Lentamente, pero te estás muriendo. No hay nada que puedas hacer para evitarlo.”

En ese momento sentí una mirada que me acuchillaba la espalda. Me di la vuelta, con miedo, y entonces me di cuenta de que Khrona aún no había salido del granero. Ella estaba allí, observando oculta.

Cuando me volví a dar la vuelta, tanto el jinete como tú me estabais mirando. No sé lo que te dijo, pero noté que tu odio hacia mí había vuelto.

Soltaste al jinete y comenzaste a caminar hacia mí. Tu gesto seguía siendo imparcial. Al pasar al lado de Drahke, le acariciaste el hocico, sonreíste y continuaste tu camino.
Drahke levantó una de sus garras y aplastó al jinete.

“Insecto”, eso fue lo único que dijiste al llegar a mi lado.

Y esa fue la última vez que te escuché decir algo con sentido, al menos un poco, hasta hoy.
Después, te desmayaste. En cuanto perdiste el conocimiento, tu cara volvió a ser la misma. 

Drahke me ayudó a llevarte al granero, donde te hicimos una cama. La mejor cama que pudimos.

La mañana siguiente no dijiste nada. Según te despertaste, cogiste tus herramientas del campo y fuiste a intentar arreglar el destrozo. Cada rato se te podía ver parada, mirando al cielo, como si esperaras instrucciones de alguien desde allí.
Por mucho que te hablara, no respondías. Tu mirada estaba vacía la mayor parte del tiempo, aunque a veces sonreías cuando te contaba algo gracioso.
A lo largo de los días, fuiste mejorando un poco. Decías alguna palabra suelta, como “gracias” o “Drahke”. Y muchas veces te quedabas sentada al lado de Khrona, en silencio. No sé si llegáis a hablar por el enlace.
Al menos hoy me dijiste más de una palabra seguida…

Espero que a partir de mañana mejores.

Con cariño, Kawâk.

Írimë, por Kuroneko ®  http://kuronekoartdesign.blogspot.com.es/

4/7/13

Inciso

Como llevo tanto tiempo sin adelantar la historia, me ha dado la impresión de que perdí ese pequeño don llamado imaginación... Así que volví atrás por ver si recordaba dónde la dejé.
Por desgracia, aún no ha aparecido. Pero me he topado con cosas que escribí hace mucho tiempo (hace cinco o seis años) y me ha dado pena dejarlas tiradas. Así que, hasta que no recupere el hilo, publicaré estas historias antiguas.
Aquí van un par de ellas:

El guerrero y la rosa



Este es el comienzo de una historia. Pero no es una historia cualquiera. Esta historia trata de un hombre, un luchador, un guerrero. Derramaba sangre por una causa que desconocía, pero disfrutaba viendo las gotas rojas de sangre caer a la arena. Se sentía casi pleno en el momento de atacar a su oponente con su afilada espada. Cada guerra era un sueño del que no deseaba despertar.

Pero un día, uno de sus enemigos intentó escapar de su ira, y se fue a esconder a las montañas.
El huído conocía muy bien esas tierras, así que pudo esconderse con facilidad.
El guerrero intentó seguirle, pero se perdió en una de las cuevas que había en un monte.Se escuchaba el sonido de las gotas al caer, y los pasos que el guerrero daba sin saber hacia dónde iba.En las rocosas paredes sólo se veía un reflejo mágico, azul, que temblaba.
Siguió caminando hasta que vió una especie de hueco por el que salía una luz roja bastante intensa.
Se dirigió hacia él y miró a través.


Vió lo más hermoso que sus ojos jamás habían contemplado.
Su fino y frágil tallo verde se mantenía en vuelo, mientras que sus grandes pétalos rojos le miraban con curiosidad.
El guerrero se sintió maravillado ante su hermosura y decidió acercarse a ella. El color rojo de sus pétalos le hacía sentir el mismo calor y la misma pasión que cuando veía la sangre del oponente, pero este tono de rojo le hacía sentirse atraído por la rosa, y sentía que debía cuidarla con todas sus fuerzas.
Alzó la mano para intentar rozarla, pero una de sus espinas se clavó en su dedo, haciendo que aflorara una pequeña gota de sangre. El guerrero se sintió extraño; se sintió frágil.
De la roja flor cayeron dos lágrimas de rocío.
El guerrero acarició los pétalos de la rosa, recogiendo el rocío con amor y se giró para volver a salir de aquel lugar.
En ese instante, el guerrero oyó un sollozo proveniente de la rosa.
Este se dio la vuelta y vio en aquella rosa un par de ojos claros que le miraban con tristeza. En ellos leyó tres palabras: "no te vayas".


El guerrero volvió a acercarse a la rosa y la prometió que volvería. Que cada lucha que hiciese sería por ella, que cada gota de sangre que derramase le recordaría a su bello color, que cada imagen que se le viniese a la cabeza sería de sus ojos claros y de ese incidente con sus pequeñas armas que hicieron al valeroso guerrero sentirse humano.


La rosa perdió uno de sus pétalos y se lo dio al guerrero; y prometió que estaría esperándole en ese mismo sitio hasta que volviese a por otro de sus pétalos.


El guerrero se fue y la flor se quedó.


Cuando encontró la salida de la cueva, al guerrero le cayó una lágrima y se dio cuenta de que el encuentro con su flor le hizo humano de nuevo, hizo que dejase de ser una bestia sedienta de sangre.


Mientras caminaba de vuelta al campo de batalla sumido en sus pensamientos, sintió una presión en la espalda.
Se dió la vuelta y comprobó que el hombre huído al que perseguía le había clavado una daga por la espalda que le atravesó la columna.
El guerrero cayó de rodillas y su última palabra fue el nombre de aquella flor.


La rosa sintió que su pétalo estaba marchitándose.
Una punzada atravesó su corazón y comenzó a perder todos y cada uno de sus pétalos.
Su amor había desaparecido del mundo. Ya no tenía sentido permanecer en él.


Este es el comienzo de una historia, que aún no ha terminado, pues se dice que se ha visto en ese mismo monte a un hombre y a una mujer de ojos claros y pelirroja paseando entre rocas, dados de la mano, disfrutando de una eternidad unidos por espinas.



Impotencia



Es la noche oscura, aunque brillan estrellas. Y ahí arriba está ella, cegada en la locura.
Ella nota mi presencia, ella es mi confidente. Ave rapaz paciente que conoce mi conciencia. Y me mira, llegando con sus ojos transparentes a mi alma decadente que va por tierra llorando. Ella me cuida y no me habla. No me habla y la escucho. Una mirada hace mucho si se mira con el alma. Y llega el lobo anciano, abandonado por su manada, que por no poder no come nada, y sin fuerzas camina cegado. Yo le cuido y le hablo. Le hablo y no me escucha. ¡Cuán larga es esta lucha para el lobo desalmado! Y ve la rapaz bajo ella al viejo lobo desangrado. Y baja del árbol mellado junto a él, cual rápida estrella. Ella le cuida y no le habla. No le habla y llega el día. Ella le alimenta como cría y él suspira aliento de alma. Y yo, sola expectante, vuelvo muda a mis tinieblas. Pues una extraña en estas tierras no es más que el elemento sobrante...


27/2/11

Día 5

En estos días, nuestra vida ha dado un giro bastante notable.
El huevo se rompió, y de él salió un pequeño dragoncillo color tierra que tenía los mismos ojos que Drahke.
Se veía a Khrona y a Drahke muy cariñosos e, irónicamente, a Kawâk también.

Hubo un momento en uno de esos días en los que Drahke, Khrona y yo nos tuvimos que ir a un campo un poco alejado de la granja para entrenar el aliento de fuego, así que pedimos a Kawâk que cuidara del pequeño dragoncito. Él aceptó.

Estuvimos una y otra vez intentando que de la garganta de Drahke saliera aunque fuera un poco de humo, pero apenas conseguíamos un suave calorcillo.
Largas horas pasaron, y ya estábamos cansados, así que decidimos volver a la granja.

Yo entré en la caseta mientras que Drahke y Khrona se quedaron en el pajar para estar con el dragoncito.

Encontré a Kawâk acostado en el suelo, abrazado a su ballesta. Me pareció adorable y le tapé con una manta.

De pronto escuché un fuerte rugido que en mi mente sonó como un llanto desesperado. Kawâk se despertó de golpe y salimos los dos dirección al pajar.

Drahke estaba paralizado en la puerta y Khrona se encontraba frente a un montículo de paja sobre el cual se podía ver el cuerpo del dragoncito.
Khrona giró su cabeza bruscamente para mirar a Kawâk. Tenía los ojos inyectados en sangre.
Lo que escuché en mi mente era:
"¡Tú! Maldito, ¡has sido tú! ¡Has matado a mi hijo! ¡Me desharé de ti lenta y dolorosamente! ¡No sabes lo que has hecho!"
Mientras decía eso, se acercaba lentamente a nosotros.

Pedí a Khrona que se tranquilizase, que yo hablaría con Kawâk, y ella se tumbó en el suelo agotada.

Me asomé para ver mejor el cuerpo del dragoncito. Tenía una flecha clavada en el corazón. Una flecha lanzada con precisión al punto débil de los dragones. Una flecha lanzada por un cobarde a un dragón recién nacido e indefenso.

Miré a Kawâk con odio y le empujé hasta la caseta.
Ese maldito no decía nada a su defensa, tan sólo que dejó al dragón sólo en el pajar porque se había quedado dormido y él se fue a la caseta para descansar también.

No es, para nada, convincente. Estoy segura de que es un cazador. Khrona tenía razón acerca de él.
Le he dado un día para que abandone la granja, a no ser que quiera que Khrona le destripe. Y si no lo hace ella, lo hago yo.

Tampoco le he permitido ir a la despedida del pequeño dragón.
Demasiado mal lo pasamos como para que hubiéramos tenido que estar pendientes del traidor.

A la despedida, Khrona sacó al dragón del pajar. Le depositó suavemente en el prado. Después de hacerle varias caricias con el hocico, resopló por la nariz, de manera que el cuerpecito del dragón se convirtió en cenizas, que volaron y pasaron a formar parte del cielo.

Espero que esté donde esté sea querido, porque aquí lo está siendo...

Estoy agotada. No quiero seguir escribiendo más.
Hoy no han venido dragones heridos.
Mañana será otro día.