La enfermedad ha empeorado en muy poco tiempo de forma muy
drástica. No recuerdas por qué estás haciendo este diario, solo recuerdas que
tienes que continuarlo.
Tampoco recuerdas lo enfadada que estás conmigo, o quizá sí;
pero me has pedido por favor que escriba por ti. Me estás dictando algunos
recuerdos del día, pero no logras decirme una frase entera con sentido; así que
permíteme escribir lo que ha ocurrido desde la última vez que escribiste.
Procuraré ser lo más objetivo posible.
Tras la muerte del pequeño dragón, ni Khrona ni Drahke ni tú
me habéis vuelto a mirar con agrado. No os culpo, las pruebas me señalaban a mí.
Pero ese no es el caso.
Me diste un tiempo para irme, y pretendía cumplirlo. Pero
algo ocurrió. Algo que nos hizo olvidar por un tiempo el “accidente”. Más
dragones. Pero no uno o dos, no. Doce.
No estaban heridos; de hecho, estaban muy bien cuidados por
sus doce jinetes. El que parecía el líder, montaba un dragón enorme y rojo con los
ojos brillantes.
Al oírles llegar, salí de tu casa corriendo. El jinete del
dragón rojo se paró a tu lado, y los otros once se posaron entre vosotros y yo,
cortándome el paso; así que decidí mantenerme al margen.
Un buen rato después, se fueron. Los once jinetes no
articularon palabra ni se bajaron de los dragones. No movieron ni un músculo
hasta que el jinete que hablaba contigo dirigió a su dragón hacia las nubes.
Entonces todos comenzaron a volar, como si de un ejército se tratase.
Tras eso, te acercaste a mí con cara de extrañeza y me
hablaste con una amabilidad poco común (contando con que me querías echar), por
lo que imaginé que sería algo grave. O eso, o ya empezó a agravarse tu
enfermedad.
Me dijiste que eran jinetes del sur buscando a una niña
perdida que llevaba un pájaro. Me resultó extraño que ordenaran a tantos
jinetes buscar a una simple niña, sobretodo yendo todos juntos. Al parecer a ti
también, así que fuiste a preguntar a Khrona si ella sabía algo al respecto.
A partir de entonces ocurrió todo muy deprisa. Una sombra
atravesó el prado. Miré al cielo, y una silueta de dragón pasó por segunda vez,
más veloz que el viento hasta tres veces. Pero la cuarta vez pasó a menor altura y más
despacio, justo delante de mí. Entonces pude ver la silueta de una persona
sobre él.
El dragón pardo abrió sus fauces y pude ver cómo comenzaba a
brillar el fondo de su garganta. Sabía lo que venía después, así que corrí
hacia donde te encontrabas tú.
Escuché un rugido ahogado y comencé a notar el calor a mi
espalda. No quería mirar atrás, no lo necesitaba. Sabía perfectamente lo que
estaba haciendo.
Salisteis los tres del granero y pudisteis verlo todo. Pude
ver reflejado en vuestros ojos el miedo, la ira y la incredulidad.
Rauda, montaste sobre Drahke y le dirigiste al cielo.
Volabais tan seguros, tan rápidos, tan unidos, que habría jurado verte en sus
ojos y a él en los tuyos.
Ibais tan veloces que el jinete no pareció percatarse de que
volabais sobre él; o no le importó, porque no apartó su oscura mirada del
desastre que estaban causando tanto él como su dragón.
Entonces, de una pasada, Drahke tiró al jinete al suelo
dejándole sin conocimiento y comenzó a atacar al dragón.
Él dio un manotazo a Drahke y se alejó volando hacia el sur,
dejando a su jinete en el suelo quemado.
Me intenté acercar corriendo al jinete, pero Drahke y tú
aterrizasteis entre nosotros, cortándome el paso.
Bajaste, y fue entonces cuando pude verte bien. Tu ojo
izquierdo no era normal. Era el ojo de un reptil. El ojo de Drahke. La mitad izquierda
de tu cara comenzaba a tener el aspecto del hocico de un dragón.
Con paso firme, caminaste hacia el jinete caído. Te arrodillaste
y comenzaste a abofetearle hasta que se despertó. Al hacerlo, se incorporó de golpe sujetando
una daga en su mano en posición de ataque.
Ante eso, Drahke soltó un rugido ensordecedor que retumbó en
cada montaña. Esto hizo que el jinete soltara la daga, temblando. Tú te
acercaste de nuevo a él y le agarraste fuertemente del brazo.
“Por qué.”
Tu voz sonaba temblorosa, pero dolía como si cortases la
piel a quien la escuchase.
“Por qué aquí. Por qué a mí. Mi hogar.”
El jinete esbozó una sonrisa.
“Te estás muriendo. Lentamente, pero te estás muriendo. No
hay nada que puedas hacer para evitarlo.”
En ese momento sentí una mirada que me acuchillaba la
espalda. Me di la vuelta, con miedo, y entonces me di cuenta de que Khrona aún
no había salido del granero. Ella estaba allí, observando oculta.
Cuando me volví a dar la vuelta, tanto el jinete como tú me
estabais mirando. No sé lo que te dijo, pero noté que tu odio hacia mí había
vuelto.
Soltaste al jinete y comenzaste a caminar hacia mí. Tu gesto
seguía siendo imparcial. Al pasar al lado de Drahke, le acariciaste el hocico, sonreíste
y continuaste tu camino.
Drahke levantó una de sus garras y aplastó al jinete.
“Insecto”, eso fue lo único que dijiste al llegar a mi lado.
Y esa fue la última vez que te escuché decir algo con
sentido, al menos un poco, hasta hoy.
Después, te desmayaste. En cuanto perdiste el conocimiento,
tu cara volvió a ser la misma.
Drahke me ayudó a llevarte al granero, donde te hicimos
una cama. La mejor cama que pudimos.
La mañana siguiente no dijiste nada. Según te despertaste,
cogiste tus herramientas del campo y fuiste a intentar arreglar el destrozo.
Cada rato se te podía ver parada, mirando al cielo, como si esperaras
instrucciones de alguien desde allí.
Por mucho que te hablara, no respondías. Tu mirada estaba
vacía la mayor parte del tiempo, aunque a veces sonreías cuando te contaba algo
gracioso.
A lo largo de los días, fuiste mejorando un poco. Decías
alguna palabra suelta, como “gracias” o “Drahke”. Y muchas veces te quedabas
sentada al lado de Khrona, en silencio. No sé si llegáis a hablar por el
enlace.
Al menos hoy me dijiste más de una palabra seguida…
Espero que a partir de mañana mejores.
Con cariño, Kawâk.
Írimë, por Kuroneko ® http://kuronekoartdesign.blogspot.com.es/